LAS HISTORIAS

La tarde es joven


Imagen: La Lima

Por: Claudia Delgado y Claudia Chávez

Un calor insoportable se desliza bajo un sinfín de luces de colores. El humo, que difícilmente deja respirar, se confunde con las siluetas de trescientos jóvenes que sudan y sonríen mientras el reggaeton se apodera de sus movimientos. La pista de baile está repleta. A su alrededor, se acomodan algunas mesas con ordenados vasos de cerveza. Más allá, sillas amontonadas esperan a que los cansados muchachos se decidan a usarlas. En el rincón más oscuro, varias parejas se besan apasionadamente al ritmo de “Es un secreto” de Plan B.

Más de cincuenta mochilas aglomeradas son tapadas por batas de diversos institutos de enfermería y obstetricia. Son las dos de la tarde en la discoteca Niza, ubicada en la cuadra 15 de la Avenida Arequipa.

“A la una abren y todos se quedan hasta la noche”– dice una despreocupada chica de quince años mientras ríe con un grupo de amigas. La encargada del bar, una mujer joven con un gesto que denota cansancio y aburrimiento, vende un vaso de cerveza tibia a cinco soles. La potencia de la música y los comentarios del DJ, retumban en el sofocante ambiente:

“Un saludo para las chicas tranquilas, de su casa… que no han venido hoy día”, “Levanten la mano las chicas que hasta ahora no han hecho el amor con su enamorado, pero sí con toda la cuadra”.

Imagen: Panoramio

Una chica con diminuta minifalda baila pegada a un muchacho que no conoce. No hablan. Sus cuerpos se contornean al ritmo de “si no le contesto se desespera, ea ea ea”. La joven parece indiferente mientras le da la espalda a su acalorado acompañante. Él le susurra unas palabras en el oído. Ella voltea, lo mira con un gesto despectivo,  y regresa con su  risueño de amigas.

Varios hombres de seguridad vestidos de negro, se escabullen, silenciosos, entre el bullicio. En el chaleco negro que traen se puede leer “Los botes”.

Esta discoteca, ubicada en las Avenidas Washington y en Bolivia, fue clausurada durante la primera etapa de la gestión de Susana Villarán.

“Sabemos que no tenían la seguridad suficiente para la cantidad de personas que entraban”, afirma un agente del serenazgo. “En ‘Los Botes’ encontraron menores de edad, pero en ‘Calle 8’ no. También hubieron problemas de drogas, creo, pero no nos han informado mucho al respecto”.

Según estadísticas de CEDRO, los hombres presentan mayor consumo de drogas –legales e ilegales- que las adolescentes, siendo los jóvenes de colegios públicos los que acceden con mayor facilidad a las drogas ilegales. En estas discotecas se consume marihuana. Además, el alcohol adulterado –por su bajo costo- es un integrante más en la movida diurna de los jóvenes que, acuden a estos locales.

Para ingresar a la discoteca “Niza”, en Lince, no piden ningún documento de identidad y la venta de alcohol es libre. Los tragos van desde cinco hasta veinte soles.

Fernando Reyna, Jefe del Departamento de Investigación y Seguridad Ciudadana de Lince, afirmó que nunca han tenido ningún reporte de problemas en la discoteca “Niza”. Sin embargo, aunque es sabido que los adolescentes consumen drogas en los baños del local, para Reyna estos actos no competen, estrictamente, a la seguridad del distrito y deberían ser inspeccionados por la policía.

Para el doctor Carlos Cano Uria, psiquiatra del Hospital Almenara, un núcleo familiar sólido es fundamental para que los adolescentes no tengan problemas con la drogadicción o el alcoholismo. Muchas veces la llamada “rebeldía adolescente” se confunde con la falta de comunicación en el hogar.

Muchos de los jóvenes que acuden a estos centros de diversión tienen diversos problemas familiares que prefieren evadir durante las horas en las que se “desconectan” del mundo. Por otro lado, la presión de las amistades y la euforia del grupo provocan que muchos adolescentes cedan con mayor facilidad al consumo de drogas.

Imagen: okeyradio

Las chicas entran al baño y se cambian presurosas. Dejan de lado la minifalda y salen con jean. Mientras algunas recogen las mochilas y se despiden de sus compañeros de la matiné, otras los abrazan y se van con ellos. Los chicos cuentan las últimas monedas para ver si aún les alcanza para una jarrita más. Algunos -desorientados por el alcohol que circula en su sangre a ritmo de reggaetón- no pueden caminar.

El humo de la pista se va disipando y el DJ se despide:

 “No olviden que todos los jueves hasta las cinco las chicas entran gratis. Los hombres reclamen su pase al pelado de polo rojo de la puerta”.

La fiesta termina por hoy. Mañana, nuevamente, la tarde será joven.

                                                                                                                                                 

Paradero baja

Por: Lucero Zúñiga

-¿Dónde ha subido?

-En Atocongo

Una cara con cejas pobladas, arrugas en la frente y con la media luna de las uñas sucias, se acerca para cobrar el pasaje. Para el cobrador, el montón de personas estancadas en un paradero es dinero andante. Una pasajera más es un pasaje más. ¡Sube, sube! Vuelve a decir. A veces crees ser un desconocido para él; sin embargo, te has peleado tantas veces porque no quiso respetar el pasaje medio o porque te dice, por fastidiarte el día, que hoy mi ruta, de San Juan de Miraflores hasta Pueblo Libre, no se hará completa. Que antipático.

Lunes, martes o viernes. La semana completa es toda una odisea a la hora de subir a la couster. Las voces se confunden entre algunos reclamos: ¡Asiento reservado! ¡Oiga, no se haga el dormido! ¡Cobrador, mi vuelto!

Sube más gente y los mismos personajes vuelven. Las señoras que no terminaron de maquillarse, aprovechan cada luz roja para darse la última retocadita. El universitario aprovecha en terminar de leer su separata. La mamá que llama a casa para avisar que dejó la cena en el refrigerador. El muchacho que menea la cabeza antes de sucumbir al sueño.

Es gracioso cuando ves sus caras en el momento que el cobrador los apura con el pasaje.

-¡Pasaje, pasaje, pasaje! ¡Señora, pasaje!
– Voy al Puente Primavera
– Es S/. 1.20
– No sea abusivo, ¿ya quiere subir el pasaje? Es S/ 1.00, así me cobran todos los días.
– Señora, así está el pasaje…mejor tome otro carrito que la lleve por S/ 1.00

Parece que el cobrador está entrenando su atención hacia el pasajero porque sino será multado. Vuelve el calvario y ya pasaron veinte minutos y aún no hay asientos disponibles. Al contrario, la couster está tan llena que es imposible respirar. ¡Imposible!

¡Sube,sube! ¡Avance, señorita! Tercera fila, ¡colabore! Diez minutos más. Ya han pasado cuarenta minutos y el universitario ya tiene cara de preocupado.Debe estar retrasado con su clase. Es más, podría estar llegando tarde a un examen.

– ¡Pasaje, pasaje!
– Ya pagué
– ¡Boleto!

Por tercera vez se lo vuelvo a enseñar. Una curva más y dos minutos después estamos en La avenida Brasil. Este es el momento perfecto para ganar asiento; la gente baja apresurada. Se ve al cobrador tras la ventana como ayuda a las señoras con sus canastas y bultos. Cargando niños para que la gente baje rápido. Por fin un asiento. El carro vuelve a parar y el cobrador empieza con el mismo estribillo que, en pocos segundos, logra aglomerar a más de una docena de gente. Ahora, lo difícil no es aguantar los empujones por ganar un poco de espacio en las barandas. Lo difícil es llegar a la puerta y gritar «paradero baja» para que el cobrador, al golpear la puerta, alerte al chofer para que detenga el carro. Aparentemente es una fácil tarea pero se vuelve difícil con tanta gente y con la música a todo volumen. No es de extrañar que el carro siga de largo y te deje en un paradero después al tuyo.

-¡Oiga, paradero baja! ¡Paradero baja!
-¡Baje, baje!

¿Acaso no logra recordar que todos los días le digo en qué paradero bajo? Mi cara es la misma y la de él también. Yo lo recuerdo. Pero claro, olvidaba que soy una pasajera más, un pasaje más.

-¡Hable más fuerte!

Irónico, la última vez que lo dijo fue ayer. La próxima vez que lo vea, será mañana en la misma odisea.

                                                                                                                                                 

La historia detrás del Metro de Lima

Las vías del Metro de Lima en Villa el Salvador

Por: Rosa Corimanya

Con 65 mil vidas a bordo diariamente viaja el Metro de Lima, conocido desde sus inicios como el “Tren Eléctrico”, que parte abarrotada de gente desde la estación Miguel Grau hasta la estación Villa el Salvador. En el recorrido, se escuchan comentarios sobre lo maravilloso que es el “tren”, enumeran sus cualidades y destrezas; se fijan en las puertas y en las señales de prevención pegadas a lo largo del vagón. Otros pestañean de vez en cuando alertándose por el sonido de las puertas que indican la llegada a una estación, los niños juguetean en el piso bajo la atenta mirada de sus madres.

En la estación Pumacahua, después de treinta minutos de viaje, una voz llena de amargura interrumpe el bullicio para sacar toda la rabia que hay dentro en contra del anhelado y querido “Tren Eléctrico”. ¡Maldita la hora que aceptamos la construcción de los rieles del tren! se lamenta Angela Wari, una vendedora de verduras que desde los veinticinco años trabaja junto a su esposo en el mercado Sectorial Nº 1 de Villa el Salvador o el “Mercado fantasma” como lo denominan los vecinos. Y ciertamente  lo es.

Los puestos de madera se divisan desde los vagones del tren, entre las estaciones Pumacahua y Parque Industrial, destino de Ángela, quien no pierde la oportunidad para mostrar que el tren es la maldición de los vendedores de “su mercado”, que desde los ochenta se encuentran separados de la población por las vías del Metro de Lima.

Las puertas de metal raídas por el tiempo y la humedad dan la bienvenida. Al interior, en los pasillos, mientras los perros huesudos duermen apacibles, los vendedores ofrecen sus productos sin perder la ocasión de la visita que no reciben todos los días.  ¡Compre casera! ¡Ricas están mis verduras! gritan los vendedores para mostrar la calidad de sus productos a los pocos transeúntes que visitan el mercado, ubicado en el límite de Villa el Salvador con Tablada de Lurín al sur de Lima.

Así como fue número uno en fundarse en el distrito de Villa el Salvador, también es el primero en ser olvidado por las autoridades municipales y por los mismos pobladores del lugar. Angela cuenta que cuando llegaron, en los ochenta, acompañados de un grupo de dirigentes encabezado por Hugo López invadieron el terreno en el que actualmente se encuentran instalados. “Había tres asociaciones en la “paradita”: el Sol, Santa Rosa y Primero de Mayo, quienes después se separaron» interviene otra vendedora que pasaba por ahí ofreciendo mazamorra, cachanga y chicha morada.

El pelo blanco y las manos cayosas de las viejas hacen evidente el tiempo que ha pasado en el lugar. El cuadro  de la realidad se empeña en afirmar la soledad en la que viven los comerciantes de este mercado, que no sabían lo que pasaría con su futuro después de la construcción de las vías del tren, inaugurado el 18 de Octubre de 1986 por el entonces Presidente Alán García Pérez. La familia Wari nunca olvidará ese momento en el que se acaba la abundancia y las buenas ganancias que sacaban de sus ventas. En ese entonces en el que, como ellos mismos se refieren, “había plata  y no supieron aprovecharlo, pero el tren destruyó todo sueño de superación”. Es una realidad que hasta ahora no superan.

Con ochos soles guardados en una cajita de cartón la señora Angela despide a su esposo, pues ya es hora de cocinar el almuerzo y Rosalino es quien mejor lo hace. Ángela se queda para cerrar el puesto de verduras que mantiene abierto desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. Desde allí se divisa la gran construcción que sólo trajo desgracias a estos vendedores, e inseguridad a los transeúntes del lugar, como ella asegura. “Los ingenieros nos dijeron que los rieles del tren iba a ser alto, con columnas, no así, pegado a la tierra como un muro. Nos mintieron” cuenta mientras señala hacia ese muro de concreto que los separa de la avenida principal, de los cientos de compradores que prefieren ir a otros mercados porque para llegar al “mercado fantasma” sale muy caro y demanda mucho tiempo.

Uno de los dirigentes como visualizando el futuro se opuso, pero la novedad y las características de lo ofrecido pudo más. La solución que dio la Municipalidad de Villa el Salvador fue la construcción de un puente peatonal,  que es usado como baño y fumadero  por los ladrones y drogadictos.  A esto se suma el problema de la inseguridad en el que las más afectadas son las mujeres, que de regresos a sus hogares son asaltadas y violadas. “El tren nos ha traído desgracias, ¡Maldita la hora que aceptamos que pasara por aquí!”

——————————————————————————————-

Los sabores del Mercado Central de Lima

Por: Marisela Meza G.

Uno cree naufragar desde el primer momento en que atraviesa la inmensa puerta enrollable de más de 2 metros de alto y  fierro oxidado del Mercado Central de Lima. Los olores de la carne de ovino, pescados y embutidos se mezclan drásticamente con los aderezos y las especerías baratas de los puestos de comida, que ya van calentando sus ollas para el almuerzo de las doce, creando un intenso hedor que parece introducirse hasta las papilas gustativas.

La puerta más transitada del mercado es la del Jirón Ucayali, donde la mayoría de los restaurantes que se encuentran a su alrededor, compran la carne fresca recién sacada de la heladera a eso de las 8:30 a.m.; pero por ser ya casi las 11 a.m., son más bien los desechos como el pellejo amarillo y pálido del pollo, la sangre cuajada del cerdo rebanado y las tripas mosqueadas de la carne de res, las que quitan toda  frescura y suavidad del aroma de la mañana.

Pese a estos intensos sabores que se van combinando en el aire, el mercado, también conocido con el nombre de Gran Mariscal Ramón Castilla, por ser construido por éste en 1851, mantiene una buena reputación por la cantidad y variedad de alimentos que se pueden encontrar allí, tanto de los que ya están hervidos en guisos y sopas como de los que aún conservan la frigidez y sus bonitos colores naturales.

El día soleado que acompaña la visita al mercado hace que el hambre se agudice. El reloj de la señora Hilda ya está por indicar la una de la tarde. Su pequeño restaurante en la segunda planta del mercado parece llenarse solo con algunos mercaderes que abandonan la incomodidad de sus puesto para comer decentemente en una pequeña mesa de 100 x 60 centímetros y una silla con patas de fierro y espaldar de madera. Le pregunto qué es lo que más les gusta comer a sus caseros y ella me dice que lo primero en acabarse es la chuleta frita.

Hilda me recita la lista de las comidas, mientras golpea el cucharón de madera en el plato extendido, y me pregunta qué voy a comer. Ella es de estatura pequeña, cabello corto, hondeado, parece que tiene la rutina diaria de delinearse los ojos y polvorearse el rostro  por la perfecta curvilínea dibujada con lápiz negro en sus párpados. Le digo que solamente un vaso de chicha y ella asienta con la cabeza.

Las comidas como el Ajiaco, Cau-cau, Chanfainita,  Arrimado, Tacu-tacu, Sancochado, Seco con cordero, Tallarín verde, Mondonguito al italiano, Papa a la huancaína, Arroz chaufa, Chuleta frita y Sopa de casa son algunos nombres de las infinidades de listas de comida escritas con tiza amarilla o plumón negro en pequeñas pizarras colgadas en las paredes de restaurantes como la de Hilda.

Desde la remodelación del mercado en 1997, estos puestos se han intensificado por la creciente demanda, y como dice la seño, «con la comida nunca se pierde plata».

-¿Cuánta comida tiene que preparar al día?

-Bastante, son ollas. Pero uno ya viene preparado, picamos las verduras por la noche.

-¿Y desde cuándo trabaja acá?

-¡Uff! Me parece que desde siempre.

-¿Y qué es lo que más le gusta cocinar?

-Guisados, como el Mondonguito al italiano.

Las influencias de cocina internacional y regional han creado una gran variedad de platos interesantes en este lugar. Podría decirse que es un mamarrancho pero la buena mano de las cocineras que maniobran con los cuchillos, el fuego y las ollas calientes  compensan esta combinación entre lo italiano, francés, chino y peruano.

El sol empieza a caer por oeste y las barrigas ya están llenas. Una buena siesta vendría bien para los que trabajan desde muy temprano, pero eso es solo para los gatos ronroneantes que después de acabarse un banquete de sobras de carne, tranquilamente estiran sus patas y se acomodan en los techos donde los rayos del sol puedan calentarlos un poco.  Una cumbia suena desde una juguería ‘Mientras tú sigues bebiendo, yo sigo rezando por ti’, perdiéndose en el aire con los otros olores, dando la despedida a un día de mercado.

                                                                                                                                               

La «movida» de un sábado por la noche

Local «El Bosque» en Villa el Salvador

Por: Lucero Zúñiga  y Rosa Corimanya

A una hora de iniciar el show. Unas polleras multicolores se dejan ver tras las ventanas de las camionetas que ingresan a “El Bosque”. Un garaje que se convierte en un escenario todos los sábados por la noche. Un corralón que acoge a numerosos artistas folclóricos y sus fans. Una pista de baile que espera, esta noche, a los seguidores de Elber Campos, Eduard Chávez, Chinito del Ande y Delia Cruz. Un local fácil de ubicar porque los seguidores que llegan desde Ate deben bajar en el paradero “El Bosque”, al frente del parque zonal de San Juan de Miraflores, y ahí, entre una fila de anticucheras y mototaxis, verán el ecran colgado en un poste de luz que anuncia a los artistas de la noche.

Afuera, los vendedores de caramelos, cigarrillos y gaseosas buscan los mejores lugares cerca de la puerta principal, mientras que unos hombres de chaleco verde fosforescente merodean el lugar con celulares ofreciendo llamadas. Al frente, en un descampado polvoriento se construyen el resto de carpas coloridas en los que se cocina los menjunjes sabatinos: choclo con queso, rachi, anticuchos y caldo de gallina para la resaca.

Hoy, la entrada cuesta s/ 15.00, otros días se llevan s/ 20.00 ó s/ 25.00 por persona.

El portón de entrada está cubierto por psicodélicos afiches pegados uno sobre otro. Apenas se nota que es de color azul y que el metal de la puerta está corroído. Adentro, las luces alumbran la soledad del lugar y de sus cantinas. Ya eran las 8:15 de la noche y ni siquiera había gente en la boletería. El organizador da orden para que empiece la fiesta. ¿Y la gente? “En camino”, asegura la cantinera. La hora peruana, otra vez, hace de las suyas. Al maestro de ceremonia y los músicos poco les importa y empiezan, su trabajo es por horas y es mejor que abran el espectáculo rápido.

“Me pagaste mal y te arrepentirás” es la letra que da inicio a la bailanta, a la “movida” de este sábado en el cono sur de Lima. Y mientras el animador invita a que “levanten la mano las solteras”, el camarógrafo aprovecha para hacer tomas de la bailarina quien lleva contorneándose 40 minutos sin cesar.

Parecía una presentación privada hasta que llegaron las primeras jóvenes, quienes esperaron unos minutos la llegada de sus parejas para perderse donde la luz no llegaba. Un espacio que guarda los secretos más íntimos de los visitantes quienes sentados en una banca improvisada de ladrillos y tablas, entre huaynos cervezas y el penetrante olor a anticucho empiezan a entregarse besos y arrumacos.

Eduard Chávez continuaba cantando; la bailarina, sudando. No dejaba que su rubio cabello le cubra las sonrisas que regalaba al espectro de los invitados mientras meneaba el cuerpo con destreza al son de huaynos. Sus piernas y sus manos se despedían de la pista de baile. Se despedía de la noche. Más tarde, con un poco más de público, Elber Campos hace su ingreso al escenario y, con charango en mano, motiva a las personas para que coreen sus canciones y se pierdan junto a las bailarinas vestidas con traje típico.

¿Por qué la gente llega tan tarde? 9:45 pm y una veintena ya se ríe de las bromas que hace el animador. La gente está empilada: bailan, saltan y toman las cervezas que a esta hora están bien heladas. Una pareja de esposos se anima a darse un beso para concursar y ganar un CD de su artista favorito. “Cuidado con piratearlo”, bromea el animador y el lugar revienta de carcajadas.

“Esto va hasta las 4 ó 5 de la madrugada porque los artistas centrales se presentan bien tarde, falta bastante para que se llene el local”, explica Carmen, una de las tres vendedoras de golosinas quien pagó una entrada para vender esa noche.

La gente sigue llegando. Las mujeres y los niños pasan de frente, a los hombres les revisan por seguridad. Llega una familia detrás de otra y los niños ya están bailando desde afuera. Pasean por el corralón mientras sus papás toman unas cervezas. Los enamorados, tímidos, se cogen de la mano y los solteros y solteras levantan la mano cuando el animador los invita, pues parece ser la oportunidad para presentarse ante el público y encontrar su media naranja.

10:30 de la noche y la cola de ingreso es numerosa pero ordenada. Afuera, las carretillas ya se llenaron de comensales y en la boletería hacen falta manos. La noche recién empieza.

                                                                                                                                               

Presbítero silencio

Por: Claudia Delgado.

“Este no es un cementerio, es un museo”, contestó uno de los guardianes.

El Presbítero Maestro es un lugar silencioso y lleno de polvo. Después de atravesar una oxidada puerta de rejas de metal, un largo camino -donde se confunden monumentos, mausoleos, lápidas y nichos- nos conduce, silenciosamente, al interior del lugar.

Al caminar, el piso, lleno de tierra, cubre de polvo los zapatos. Un perro mestizo, de grandes ojos cafés, mueve la cola y nos acompaña durante unos minutos. Cuando el guardían- un hombre de sonrisa amable y gesto cansado- lo llama, el can corre por uno de los largos pasadizos que tiene a los nichos como parte de su perenne decoración. Cada sección del cementerio tiene el nombre de algún santo. “San Joaquín” y “San Claudio” se disputan dos de los pasadizos que no tienen salida.

El Presbítero Maestro está ubicado en Barrios Altos. Fue inaugurado en 1808 por el Virrey Fernando de Abascal y es considerado el primer cementerio de carácter civil de América. En 1972, el camposanto fue declarado Patrimonio Monumental.

El lugar alberga 766 mausoleos donde dormitan –además de personas y familias pudientes- héroes, y personajes emblemáticos, de los siglos XIX y XX. Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Abraham Valdelomar, Felipe Pinglo Alva, Ricardo Palma, Augusto B. Leguía, Miguel Grau, Daniel Alcides Carrión, son algunos de los inquilinos.

Pero los personajes menos “afortunados” parecieran conformarse con dormir en los nichos. Las inscripciones, algunas llenas de polvo y con grabados deteriorados, son testigos del silencioso pasar de los años. Si bien algunos nichos han sido saqueados – y otros parecieran rogar porque les cambien las marchitas flores que se apoyan en ellos- existen otros con suerte: tienen las rejas recién pintadas y las flores más coloridas. No es difícil diferenciarlos de sus pálidos compañeros.

A lo lejos, y casi de manera imperceptible, el ruido de algunas bocinas se confunde con el agua que corre por el río Rímac. Dentro del Presbítero no hay sonido alguno. La brisa, que cada cierto tiempo golpea suavemente en el rostro, nos entrega una extraña calma. Quizás aquella que añoran muchos lugares de la bulliciosa Lima.

Cuando el sol se oculta, la sombra embellece aún más las esculturas que adornan el cementerio. Los santos, vírgenes y ángeles se mantienen de pie, mientras los tibios rayos tocan sus desgastados cuerpos.

Los nichos también se despiden del día y, a través del vidrio que protege los epitafios, algunos juguetes que se encuentran, estáticos, esperando a sus dueños. Estamos en la sección más alejada del cementerio. Aquí duermen los niños.

Uno de los más recordados es Ricardito Espiell. Su tumba se encuentra en el pabellón del Buen Pastor. Aunque Ricardito murió en 1887,  diversos fieles se acercan, en la actualidad, a su escultura. El rollizo niño de cabello rizado, ha concedido, según la leyenda, varios milagros a quienes lo visitan. Entre los principales pedidos se encuentran las visas y el trabajo.

Así como el caso de Ricardito, hay muchas historias dentro de cada nicho. Todas permanecen en silencio, quizás resignadas a formar parte de fríos corredores, donde incontables muñecos de plástico nos siguen observando.

Es hora de irnos. Al caminar en medio de dos grandes paredes repletas de nichos, observamos un desgastado biberón de inicios de los años noventa. Un poco más allá, una descolorida muñeca Barbie sostiene la foto una niña que partió a mediados de la década del setenta. Mientras tanto, un niño amante de los payasos se queda con una buena compañía hecha de plástico,  en uno de los nichos mejor cuidados.

El Presbítero cierra sus puertas. Nos despedimos con el mismo silencio con el que fuimos recibidos.  Mientras tanto, muchas esculturas y recuerdos siguen desgastándose, día tras día, con el sol del cementerio.

Dato:

Si deseas conocer el Cementerio Presbítero Maestro, haz click AQUÍ.